¿Cómo va tu noche de domingo? Ya teníamos un par de días que no te compartíamos una de esas historias que nos ocurren a nosotros los masajistas, si tienes espacio, acompáñame a leer esta feliz historia.
Sucedió el pasado domingo 20 de enero, fue uno de esos días algo pesados en el club, pero a la vez muy placenteros al poder servirte, eran cerca de las 7:00 p.m. cuando el señor Andreatta (el jefe), me llamó por teléfono y me dice: “¡Mateo, te me venís al Club Salvadoreño, pero ya!”.
-Me preocupé- y me fui de inmediato, el club está en Ilopango, San Salvador, y desde la colonia Escalón, creo que llegué en unos 20 minutos, por ser domingo.
Llevaba mi maleta con nuestros preparativos para masajes a domicilio, -porque supuse que algo había pasado- y cuando le saludé, inmediatamente me envió al vestidor, ya que Román, el hijo de un amigo de él, luego del “mascón de la tarde”, tenía una lesión. Nosotros no somos quiroprácticos pero en algo podía ayudar.
Lo primero que hice fue decirles a todos los que estaban con él, que salieran del lugar para evitar la energía negativa y las especulaciones del caso, luego le dije a Román que me permitiera revisarle. Román andaba una sudadera color verde y un short negro, creo que así había jugado, en el lugar se sentía un olor a sudor muy fuerte, pero de ese sudor que no molesta, por el contrario es un olor que provoca, que se mezcla con perfume y aroma corporal; el olor de Román era deseable, quería quedarme ahí, sintiéndolo a él, su ropa, su cuerpo, sus axilas. En fin, le dolía cerca de la ingle izquierda, entre su pierna y su pelvis.
Comencé a revisarlo, estiré su pierna para asegurar que no fuera una fractura, y de acuerdo a lo que observé, fue un esguince el que había sufrido. Seguí revisando y noté algo muy extraño y es que su miembro asomaba la puntita, desde su ropa interior hasta la parte de afuera, deslizando por su short, y su miembro se le marcaba a la mitad por su bóxer. ¡Wow! -le dije- si gustas te puedo ayudar con un masaje relajante, el señor Andreatta paga, dije entre risas. -Sí, por favor- contestó.
Y bueno, le quité su ropa y comencé el masaje, acaricié sus axilas como si nunca había tocado unas, tenía su cuerpo lleno de vellos, y el olor a aceite y a cuerpo de hombre, me ponían mal, como si nunca había hecho un masaje erótico, frotaba a Román, tanto hasta dejarlo pleno, feliz y relajado. Casi para terminar la rutina, Román no pudo más y dejó salir su fluido, su leche fresca, esa leche reprimida que mantuvo durante los 45 minutos de masaje y que su miembro reproductor masculino, había tenido atrapada y que ya no podía retenerla más. Era una leche espesa y abundante, lo dejé seco, pero lo disfruté, después lo limpié con mis manos y él lo disfrutó plenamente.
Atte. Mateo
RELATO 0005 | TEMPORADA I
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